miércoles, 6 de octubre de 2021

Deuda pagada

Leí profusamente a Stephen King en mis últimos años de instituto, y sería injusto no reconocer que la lectura de sus obras influyó en mi interés por escribir cuentos fantásticos. Pero otros escritores ya se le habían adelantado con bastantes años de diferencia, entre ellos mis admirados H.G. Wells y Arthur Conan Doyle, y nuevos autores llegaron a la vez o poco después que él y acabaron relevándole y relegándole a un puesto menor en mi biblioteca: al final de mi adolescencia yo ya me había convertido en un devoto de la literatura gótica y romántica y tenía claro que aquellos escritos de antaño mucho más pulcros y elegantes me cautivaban más que los del escritor de Maine, así que, paulatinamente, fui perdiendo interés por King, hasta el punto de que, durante los años 90, sólo leí de él El misterio de Salem´s Lot, y en lo que va de este siglo XXI sólo he abordado dos novelas suyas: La zona muerta en 2018 y El cuerpo (integrado en el libro Las cuatro estaciones II) hace unos días. Eran dos textos que había ido posponiendo desde los 80 y que me apetecía leer especialmente porque sus adaptaciones al cine me gustaron mucho.

Zanjo pues esta deuda que tenía pendiente con Stephen King y su obra, y la verdad es que me parece improbable que vuelva a leer algo más de él, pues desde hace muchos años desconfío de la palabra «bestseller» y tampoco acaban de llamarme los trabajos de las últimas décadas de este escritor (ni siquiera sus adaptaciones a pequeña o gran pantalla). Supongo que «nunca» es una palabra demasiado truculenta y fatal, así que tampoco cerremos las opciones. Reitero, no obstante, la importancia que King tuvo en mi biblioteca al menos en una época de mi vida, desde aquel día que descubrí y compré en un puesto del mercado Cementerio de animales.

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